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Martes, Octubre 8, 2024
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Lenguaje inclusivo, algo más que una “e”.

Hace pocos días se conoció la noticia de que en Argentina una profesora calificó con nota 1.0 a una estudiante que respondió a una evaluación escrita usando la “e” para sustituir las “o” o las “a” en diversas palabras. A pesar de que algunas respuestas eran en lo esencial correctas, la docente irónicamente, escribió en la parte superior de la prueba “1.0 (une)”.

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El hecho es puntual pero revela una discusión que se viene dando hace años en relación con lo que se ha dado en llamar lenguaje inclusivo. Se parte de la base que cuando decimos “niños” se incluye por norma a las niñas, pero cuando decimos niñas, los niños están excluidos. Y esto funciona así, en general, hombres incluye a mujeres, trabajadores a trabajadoras, etc. Lo que, a juicio de los (y las) críticos de la norma, invisibiliza a las mujeres.

Y es contra esta invisibilización de la mujer que se ha levantado, con relativa y creciente fuerza, el lenguaje inclusivo. El que se expresa hoy en cuestiones oficiales en Chile como, por ejemplo, que se hable de la “Cámara de Diputadas y Diputados” y en comunicaciones informales con el uso de las “x”, la arroba (@) o la vocal “e” para palabras como “niñxs”, “alumno@s” o “todes”, “les”, etc.

Por cierto, la Real Academia Española (RAE) ha rechazado reiteradamente este intento de lenguaje inclusivo con el argumento -bastante simple- de que “el masculino gramatical funciona en nuestra lengua (español), como en otras, como término inclusivo para aludir a colectivos mixtos, o en contextos genéricos o inespecíficos”. La institución se opone también al uso del doble género en expresiones como “todos y todas”.

La pregunta es si a quienes están contra del uso genérico del masculino, ¿les interesa lo que diga la RAE? Una respuesta la entrega el lingüista y lexicógrafo argentino Santiago Kalinowski, quien señala que “el objetivo del inclusivo no es llegar a la gramática o al diccionario sino producir un cambio en lo social, en las leyes, en las prácticas. No están peleando para que una palabra llegue al diccionario ni para que un morfema llegue a la gramática”.

A juicio de Kalinowski, el lenguaje inclusivo no es un lenguaje propiamente dicho sino una intervención muy específica, que consiste en cambiar cierta vocal en determinadas palabras y circunstancias. El experto apunta como antecedente la propuesta de Alvaro García Meseguer, quien en 1976 propuso utilizar la “e” como se la está usando hoy. Es decir, esto no es nada nuevo, desde mediados del siglo XX, lingüistas, filósofos y otros interesados comenzaron a plantear las cuestiones de género.

No está demás reparar que, hace décadas, nunca nos molestó cuando oímos a una autoridad, al inicio de un discurso, decir “señoras y señores”; nos pareció bien, sin duda. Tampoco nos molesta la expresión “chilenos y chilenas”, la aceptamos sin chistar.

Y, por otro lado, aunque la RAE lo acepte como correcto muchos de nosotros jamás diremos, ni menos escribiremos, palabras como toballa, murciégalo o almóndiga, por citar solo algunas rarezas. Y mucho antes de que la academia lo aceptara usábamos wasap, wasapear, webinario, bitcoin, entre otras.

La lengua ha estado siempre entre nosotros, pero pocas veces se discute como ahora. El lenguaje inclusivo sacó el tema del reducido ámbito académico y lo ha puesto en la calle. Los usos de la lengua, su constitución como instrumento de disputa política y de diálogo entre hombres y mujeres y entre jóvenes y adultos, son parte de un mismo debate, que va más allá de la lingüística y de sus expertos.

Estos diez párrafos que usted acaba de leer los podría haber redactado de un modo diferente, no solo pensando en expresar estas ideas frente a un curso en una clase presencial, sino cambiando la estructura del texto, a nivel de sintaxis, sustituyendo palabras, mejorando el estilo. Porque, al final, si en algo estamos de acuerdo es que la lengua es algo vivo. Por lo mismo, se transforma de acuerdo con los procesos sociales, con los descubrimientos, las invenciones, los hallazgos y las demandas individuales o grupales de las personas. En el siglo XX decíamos y usábamos  paletó, ahora vestimos parka. Y no nos confundimos con la parca.

Por: Gabriel Canihuante, académico Universidad Central Región Coquimbo

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