Septiembre llegó y con ello las celebraciones que visten a Chile de cueca,
empanadas, ramadas y, por supuesto, los tragos típicos que acompañan cada
brindis: el terremoto, la chicha, el vino o el pisco. Más que simples bebidas, son
parte de una herencia cultural que atraviesa siglos de historia.
Andrés Goycoolea, historiador de Extensión Cultural de la Universidad de los
Andes (UANDES), explica que “desde tiempos coloniales, las chinganas,
ramadas y festividades marcaron la vida social chilena, siempre
acompañadas de vino, chicha y aguardiente”. Estos espacios populares no
solo fueron lugares de encuentro, sino también escenarios donde se forjó gran
parte de la identidad festiva del país.
Con la independencia en 1818 y el posterior desarrollo de la República durante el
siglo XIX, el consumo de estas bebidas se consolidó. “Pasaron a ser más que un
simple acompañamiento. Se transformaron en un componente clave de la
identidad nacional, ligadas también a la producción vitivinícola y, posteriormente,
ya en el siglo XX, al nacimiento de la industria pisquera”, detalla el académico.
El consumo de alcohol no estuvo exento de tensiones. Goycoolea recuerda que
en el siglo XIX este tema generó debates, políticas de control y reformas
urbanas, como las impulsadas por el exintendente Benjamín Vicuña Mackenna en
1870, “quien buscó enfrentar el problema del alcoholismo en Santiago dentro de
un plan mucho más amplio para modernizar la ciudad”. Aun así, los intentos de
regulación no lograron opacar el arraigo popular de estas bebidas, que
sobrevivieron a los cambios políticos, sociales y culturales de los siglos XIX y XX.
“Hoy, cada septiembre, al alzar una copa de chicha, vino o un terremoto, no solo
celebramos las Fiestas Patrias, sino que también brindamos por una tradición que,
entre luces y sombras, forma parte inseparable de la historia y el patrimonio
cultural de Chile. Y recordar que siempre se debe beber con moderación y
responsabilidad”, concluye el experto.